La marca, la marca, la marca… la marca personal, la marca corporativa, la del producto… Estamos inundados de información sobre marcas, cómo crearlas, cómo alimentarlas y cómo hacer que sean diferentes y que crezcan y se consoliden…
Por un lado, cuando se habla de la marca personal, nos referimos a convertir a la persona en una especie de “icono”, que transmite una imagen y unos valores hacia el exterior.
Es lo que ocurre, por ejemplo, con los influencers, que muestran su vida y sus cuerpos, creando una determinada imagen, por la que algunas marcas se sienten atraídas para que promocionen sus productos, además de, por supuesto, su gran número de seguidores y el engagement con su comunidad.
Otro ejemplo claro sería el de personas como Rafa Nadal, que, al margen de su espectacular carrera tenística, transmite valores muy positivos como humildad, sencillez, deportividad, etc. o de aquellas personas que se posicionan como expertas en una determinada materia.
Por otro lado, ocurre lo mismo con las marcas corporativas, que, aunque de manera más abstracta, nacen con una identidad visual y textual, una personalidad, unos valores, etc.
Independientemente de lo visible que sea nuestra marca personal (no todos somos influencers o deportivas famosos), es evidente que todos tenemos un perfil personal y unos valores que conforman nuestra “marca”, independientemente de que no tenga una gran proyección pública.
¿Debe estar alineada la marca personal con la de tu empresa o la empresa en la que trabajas y viceversa?
Valores personales & valores corporativos
Suele ocurrir que algunas personas entran a formar parte de una compañía y tras un cierto tiempo, descubren que el funcionamiento de la empresa o los valores en los que sustenta su actividad no están en consonancia con su propio planteamiento personal.
Recientemente una gran empresa como Netflix, por ejemplo, tuvo que afrontar una controversia en este sentido. Netflix hace gala de la libertad de expresión para los creadores. Siguiendo esta filosofía, acordó con un cómico estadounidense la grabación de un show sin ningún tipo de censura. El resultado fue un producto que algunos medios han considerado como “misógino, transfóbico y socialmente irresponsable”.
Un grupo de trabajadores de la compañía (incluida una persona trans), protestó por este contenido y pidió que se incluya un mensaje de advertencia. Sin embargo, Ted Sarandos, el fundador de Netflix, se pronunció sobre la polémica, con esta declaración: “Al igual que con otros talentos, trabajamos arduamente para respaldar su libertad creativa, aunque esto significa que siempre habrá contenido en Netflix que algunas personas crean que es dañino“.
Se puede cuestionar si la libertad de expresión o la libertad creativa están por encima, o no, de ciertos principios de respeto a diferentes colectivos o se puede hacer humor de cualquier tema (polémica muy viva en los últimos tiempos) pero, en este caso, es el principio elegido por la marca como uno de sus valores y, por tanto, las personas que trabajan en dicha compañía deberían estar alineados con este principio.
Si lo vemos desde la perspectiva contraria, hace pocos días, Isabel Peralta, la joven que se hizo famosa hace algún tiempo por difundir y defender proclamas fascistas en una concentración pública y por su relación directa con organizaciones neonazis, ha publicado en sus redes que las empresas la rechazan y la “discriminan más que a las negras”, según sus propias palabras.
Nadie puede ser discriminado, legalmente, por su condición sexual, raza, género o ideología pero es evidente que, hoy en día, muy pocos negocios o empresas podrían soportar el impacto reputacional de contar con un perfil como el de Isabel Peralta en su plantilla, no específicamente por sus ideas, que también, siempre que no conlleven acciones contrarias a la ley, sino por la difusión y exposición pública que ella misma ha hecho de ellas y de su persona.
Por tanto, sí, es evidente que los valores personales y los valores corporativos deben estar alineados ya que, de otra forma, es complicado que la actividad laboral se lleve a cabo con productividad, con implicación y con coherencia y que permita un desarrollo positivo de la trayectoria profesional. Y, por otro lado, es fundamental trabajar la marca personal y la propia imagen de forma coherente y consistente con la actividad que se desea llevar a cabo.
Noelia Perlacia
Socia y dircom en Avance Comunicación