La desinformación ha entrado en lo cotidiano de la peor manera posible: luchando con sus peores armas contra la información, ganándole terreno y, en muchas ocasiones, prevaleciendo sobre la opinión pública, esparciendo su semilla como el estiércol.
Un comienzo “inofensivo”
Lo que empezó, hace décadas, como la versión más lúdica de las noticias, en forma de chascarrillos, chistes y bromas, que se compartían de forma inocente para “quitar hierro” a informaciones de relevancia, a veces demasiado serias o a noticias que implicaban cierto pesimismo percibido por la sociedad, se ha convertido, hoy en día, en una forma de manipulación de las audiencias, que se expande como un reguero de pólvora.
Hace años, cuando la tecnología informática y audiovisual no había desarrollado todo su potencial actual, era muy sencillo ver los “montajes” y reírnos de ellos, sabiendo que todo era una broma, solo una broma. Y tanta gracia hacia el chiste, como lo infame de su realización.
Pero ese juego inocente (que no lo era, ni lo es), estaba haciendo de conejillo de indias y test de laboratorio, para comprobar, mediante prueba y error, hasta dónde se podía llegar y cuán rápido.
Del “meme” a la “deepfake”
Se comprobó que todo lo que eran bromas, se compartían mediante miles de clics, durante semanas, a veces meses. Siempre quedando en el ciberespacio, no importa lo desactualizado o lo irrelevante que pueda ser. Siempre lo puedes encontrar y, a veces, hasta volverte a reír.
Eso a lo que más tarde se le dotó de su anglicismo oficial “meme”, para hacerlo universal y más molón todavía, fue el germen de algo que ahora es prácticamente imparable: las “fake news”.
El fin humorístico de las modificaciones de fotos, videos o textos difundidos por la red, ha derivado en algo más malicioso, que ya no está al servicio del humor.
En el caso de nosotros, los españoles ¡quién no se ha reído de algún famosillo, farandulero, político o poderoso, para descargar presión! El humor es sano, reír es sano, lo dicen los médicos… y más en nuestro país, que tenemos un humor propio en cada región y una chispa cómica, que nos permite reírnos de nosotros mismos. Lo habremos heredado de los grandes maestros del Siglo de Oro, pasando por los grandes comediantes del teatro y del cine… si, sin ninguna duda, sabemos reírnos de todo y de todos. Seguro que en otros países dicen lo mismo de ellos.
La pérdida de control
Pero lo peligroso es cuando los límites se diluyen y ya no somos capaces de saber parar y peor aún, no poder diferenciar entre lo verdadero y lo falso.
Ese salto de calidad en la realización de los “memes”, favorecido por la creciente oferta de software especializado, ha conseguido lo mismo que logró el cine al desarrollar sus “FX” efectos especiales tan reales: que nos olvidemos de ellos y nos centremos en lo que se muestra. Ya no nos sorprende ver al protagonista de una película atravesar un muro de un puñetazo o volar de edificio en edificio con una tela de araña… correr despavorido delante de algún dinosaurio es ya parte de la narrativa visual. Ya no estamos buscando los cables que mueven al muñeco, ni los cromas sobre los que actúan los protagonistas. Eso nos da igual.
Pues lo mismo ha ocurrido con la batalla de la desinformación.
En el caso de las deepfakes, si se quiere tener éxito y se van a difundir por Internet, tienen que estar realizadas casi de manera impecable. El uso de “memes generators” y los “face swapping” están a la orden del día.
La “IA” ha logrado, con el desarrollo de software, que creamos que un presidente de un país pida a su ejército rendir las armas ante su invasor o que otro insulte a su opositor, en horario de máxima audiencia. Y no solo de la imagen de video se valen los desinformadores. El uso de programas de audio que distorsionan y replican la voz sintetizada, crea cada vez más confusión y un aumento exagerado de noticias falsas miles de veces compartidas y reproducidas.
La desinformación se basa en sembrar la duda. Y cada vez los hackers lo hacen mejor. Cuentan con más medios, más financiación y siempre ponen al frente a personalidades mundialmente conocidas.
La técnica es apropiarse de la credibilidad que genera el personaje en la opinión pública. Valerse de su reputación personal, trabajada durante años para lograr su estatus social. Ya sea como presentador de informativos, como científico o como presidente.
Si lo ha dicho “fulanito” será verdad…
Otra vía indispensable para propagar los bulos es controlar los canales de información. Lo estamos viendo por desgracia estos meses, desde la pandemia de Covid-19 hasta la maldita guerra de Ucrania.
Los microchips dentro de los viales de vacunación, la lejía sanadora, en vaso corto o el robo de elecciones con ayuda de extranjeros… ya no se lanzan octavillas desde aviones enemigos, desinformando a la población ocupada, pero es exactamente la misma técnica.
Lo que vemos en Ucrania, mostrar todo lo contrario a las atrocidades que hacen los invasores e incluso culpar a los mismos a los que matan. Al controlar la entrada y salida de información en el propio país atacante, se tiene mano libre para manipular, filtrar, distorsionar, censurar y modelar lo que interese decir u ocultar en el único canal válido: el oficial del gobierno ruso. Si lo hace el propio estado, se le da credibilidad entre su población, a la vez que se desprestigia, al mundo entero casi. De hecho, los invasores quieren parecer los mártires… y si alguien lo cuestiona, se le arresta o envenena. Pero no es solo en tiempos de guerra militar. Desde hace años, la desinformación está presente en las guerras comerciales entre países, entre corporaciones, etc. Los espías de hoy en día son también expertos informáticos al servicio de la intoxicación informativa.
Reparar los bulos
Esa tarea es primordial, como lo es desenmascararlos. Con argumentos cotejables, con pruebas reales, con fuentes probadas. Combatir la crisis de la desinformación requiere empezar por nuestro propio espíritu crítico y saber ver lo que miramos. Os dejo el link a un interesante artículo donde se analiza la forma de identificar fuentes fiables. El consumo de contenidos inmediato y continuo favorece muchas veces que el receptor no se cuestione lo que lee o ve. No hay tiempo para ello. Así que se emplean muchos recursos en intentar rebatir un “fake”, que hace mucho daño en aquellos sin capacidad de análisis, o no quieren perder tiempo en demasiadas explicaciones, o están adoctrinados y todo lo que les llega por sus canales habituales y de sus fuentes habituales es una certeza para ellos.
Jorge González, socio y director creativo de Avance Comunicación